El valor de la democracia no se resume en una fecha electoral
El título sobre la democracia y las fechas electorales es mucho más que la explicación, muy usual, respecto de que es un momento en donde la ciudadanía reactualiza la legitimidad y rutiniza el mecanismo del sistema representativo. Esto parece un ejercicio muy mecánico.
A estos argumentos, entonces, corresponde sumarles otros, en donde se pueda evidenciar que la relación entre el valor de la democracia y las fechas electorales en verdad son vasos comunicantes o correas de transmisión de la experiencia, razón y las sensaciones entre ciudadanos con el rol de representados y el de representantes.
Un primer aspecto en esta línea de interpretación, por ejemplo, es que fecha electoral rutiniza el conflicto social y lo reconduce, lo resignifica, en una competencia para dejar de lado, al menos desde la experiencia contemporánea, el cambio de la dirigencia sin derramamiento de sangre de por medio. Aún, cuando estemos viviendo en estos días casos como el hecho luctuoso de Ecuador, estos casos son excepcionales, ya no son la norma.
Otro aspecto relevante es que, la democracia y las elecciones permiten expresar consensos mayoritarios y minoritarios sobre quienes y como deberían distribuirse los bienes públicos en los próximos cuatro años y quienes tendrán prioridad en la redistribución de los subsidios y planes sociales. Es un consenso temporal sobre el uso del presupuesto público y la tolerancia sobre la presión impositiva.
También, si los asuntos privados sobre elecciones de vida son tema de regulación estatal o no. Para citar casos concretos y más resonantes, podemos pensar en el aborto, identidad de género, religión y hasta las decisiones que aún se dejan libradas a la libertad de conciencia y ética personal.
En relación con lo anterior, por estos aspectos que se consideran configuran estilos de vida, muchos autores de teoría política van más allá y expresan que no basta con ir a votar y validar así una democracia operativa o de intereses y por ello proponen una visión participativa de democracia, o también denominada sustancial, densa o fuerte.
En esta visión de democracia sustancial o participativa, los autores exponen que en cada fecha de elección se juega una dimensión importante de la democracia, pero que debe acompañarse a este momento en el calendario, con acciones previas y posteriores de debate público, activismo, movimientos y crítica institucional e involucramiento en polémicas comunitarias. Para estas escuelas de pensamiento más participativo la actividad debe ser constante y no meramente circunstancial o sujeta a un calendario. Así, se apartan de la primera postura, más procedimental u operativa, que mencionamos.
Aun así, expuestos los dos paradigmas anteriores, es importante saber también que quedan sin desarrollar aquí más posturas de líneas discursivas más novedosas que ponen en debate a los modelos democráticos anteriores, desde marcos interpretativos posmodernos o deconstruccionistas, en donde hay visiones radicales, feministas, anti fundacionalistas, anti contractualistas, entre otras.
Entonces, estos modelos predominantes en occidente de democracias modernas, una más operativa y otra más activista, nos permite ver qué ponemos en juego en cada fecha electoral, si anteponemos una visión personal y/o grupal sobre nuestras preferencias y qué entendemos sobre lo justo y lo moral en ese instante de nuestras vidas, ante la urna, y eso motiva o desmotiva la participación y elección que llevemos a cabo.
Por esto, votar en un día como hoy, es llevar a cabo el ejercicio de rutinizar un derecho, pero también darle sustancia y valor a la decisión que insertamos en la urna, en tanto estamos actualizando nuestra preferencia sobre las opciones de libertad, justicia, de redistribución, de moral y la vigencia del Estado de Derecho en el contexto en el que vivimos y en el que siempre aspiramos a vivir mejor. No perdamos la oportunidad de hacernos visibles.
Javier Cubillas
Analista de Asuntos Públicos