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¿Por qué muchos alumnos no aprenden?
Muchos chicos no aprenden, entre otras razones de peso, porque lo que pasa en las aulas no es interesante para ellos, no los interpela.
Laura Lewin (*)
Los chicos de hoy no son como éramos nosotros cuando éramos chicos. Hoy, la sobreestimulación tecnológica genera alumnos a los que les cuesta enfocarse, concentrarse, asombrarse… ¡Ya casi nada los sorprende! Y casi todo los aburre.
Los tiempos claramente han cambiado. La comunicación cambió. Todo cambió. Pero la educación, increíblemente, no. Seguimos, en la mayoría de las aulas, con el modelo de transmisión de contenidos, con un docente parado delante del pizarrón, con alumnos pasivos, anestesiados.
Podríamos, tal vez, preguntarnos… ¿Cómo debemos educar en un mundo que cambia a la velocidad de la luz? ¿Cómo podemos definir el tipo de formación que necesitan los alumnos de hoy, si es posible que los trabajos que ocuparán no existan aún? ¿No debería la escuela tener un carácter anticipatorio? ¿Puede un docente solo brindar una educación que satisfaga las necesidades académicas de los alumnos?
¿Necesitamos una revolución o una transformación de la educación? Lo que necesitamos, en principio, es la voluntad de soltar las amarras que siempre nos dejan en el mismo lugar. Y esto es, primero y principal, trabajar con el recurso humano: el sistema educativo no puede mejorar sin buenos docentes.
Además, resulta imperioso transformar la matriz didáctica de la escuela. Esto es poner al alumno en el centro de la escena, ayudándolo a aprender. Acompañándolo para que pueda desarrollar la curiosidad, el amor por el conocimiento y la autonomía, como base del aprendizaje. La pregunta correcta hoy no es qué sabe el alumno, sino qué puede hacer el alumno con lo que sabe. Muchos chicos no aprenden, entre otras razones de peso, porque lo que pasa en las aulas no es interesante para ellos. No los interpela. Y muchas otras veces, porque no entienden.
En general, los diseños curriculares son los que definen qué se debe enseñar durante el año escolar en las diferentes materias o áreas de aprendizaje. Sin embargo, el mundo contemporáneo necesita nuevos abordajes, con alumnos que puedan experimentar, fusionar los contenidos, crear, aplicar lo que aprenden y llevar esos aprendizajes a sus vidas. Estamos hablando, básicamente, de otros desafíos cognitivos. Debemos repensar la matriz de la escuela.
Si el alumno estudia, rinde, aprueba, pero luego se olvida mucho de lo que “aprendió”, ¿será posible pensar que, tal vez, lo que se enseña no tenga ningún correlato con la realidad, no responde a los intereses de los alumnos o a las necesidades del mundo actual?
Resulta necesario trabajar, no solo con el contenido, que es indispensable, sino además las habilidades individuales y sociales que sirvan para la vida académica, emocional, laboral, social, personal y cultural. Si el colegio es el nexo para llegar al ámbito laboral, a la creación de una nueva sociedad, a la generación de emprendedores, ¿no será que necesitamos enseñar cosas distintas, más en consonancia con cuestiones prácticas, con el hacer? ¿No se necesitará proponer temas que sean más interpelantes y novedosos, que los hagan pensar y sentir que están agregando valor a sus conocimientos?
El alumno de hoy ya no es un mero consumidor. Es un prosumidor que necesita generar conocimiento, no solo recibirlo pasivamente. Por eso, la matriz curricular no puede estar estructurada a partir de un recorte de contenidos que todos tienen que aprender de la misma manera y al mismo tiempo. Esta la gran paradoja de la escuela actual: ¡pedirles a los alumnos que piensen de manera crítica y creativa, pidiéndoles que hagan todos lo mismo, de la misma manera y Lo que necesitamos es brindarles a los estudiantes las herramientas para que se conviertan en miembros activos de la comunidad, con capacidad para crear nuevos escenarios, que puedan resolver problemas, anticipar necesidades, que puedan adaptarse, que puedan mantenerse motivados, aun frente a desafíos y obstáculos. Ya no se trata de memorizar saberes para repetirlos al unísono en exámenes. Se trata, como dijimos antes, de poder relacionar y aplicar saberes a situaciones nuevas, de usar el conocimiento para ampliar las esferas de actuación y fortalecer la ciudadanía democrática.
Por lo tanto, preguntarnos qué enseñar y para qué enseñar resulta vital si queremos armar una matriz curricular adecuada al mundo de hoy.
No se trata de utilizar términos pedagógicos de moda, incorporar, tal vez, la tecnología y seguir con las mismas prácticas, dejando la matriz intacta. Se debe hacer mucho más para lograr que la escuela cambie de verdad.
Todos los alumnos deben poder aprender y avanzar. Hasta el alumno que vivió tres años en Inglaterra debe poder aprender en la clase de inglés. También el que tiene procesos más lentos o requiere de un andamiaje distinto. O el que termina rápido. La escuela es para todos, no para algunos. Relegar a los alumnos que más saben o que comprenden con facilidad para concentrarse en el “promedio” no es justo para ellos. El programa de las clases tiene que contener proyectos y cuestiones especiales para quienes van a su propio ritmo.
Lo mismo sucede con quienes tienen que esforzarse más porque no alcanzan a comprender, no les sale o necesitan más tiempo para terminar una actividad o para responder. La frustración lleva al desánimo, a perder la pasión y muy pronto a dejar de intentarlo. Y eso puede ser un camino de ida.
Todos los chicos deben poder encontrar en la escuela algo para ellos. Algo que los desafíe, los atrape, los interese y –por sobre todas las cosas– respete sus ritmos, estilos de aprendizaje y habilidades.
Esta nueva realidad nos interpela para que los alumnos puedan integrarse al mundo que los espera. Y para eso, debemos transformar la educación. Memorizar no alcanza; es necesario desarrollar habilidades más complejas, tanto intelectuales como cívicas y de empleabilidad. Necesitamos que los alumnos puedan hacer algo con eso que deben aprender. Los docentes deben trabajar sobre metodologías que trasciendan la mera transmisión de contenidos aislados y sin anclaje en la realidad o en una red de contenidos.
El contenido es importante, como ya lo hemos dicho, pero es la enseñanza de los contenidos no estereotipados (alfabetizaciones) y el aprendizaje de las habilidades lo que va a producir que esos contenidos puedan estar disponibles para su uso. Es decir, poder evocar la información cuando se la necesite, porque son valiosos en tanto y en cuanto permitan despertar el pensamiento crítico, el autoconocimiento, y el trabajo en equipo, entre otras habilidades, y producir, de esta forma, aprendizajes de profundidad. Necesitamos lograr que los alumnos se involucren en las clases para realmente poder estar preparados para el mundo competitivo, dinámico y versátil que los espera. La pandemia desdibujó las fronteras. Hoy es posible trabajar para infinidad de empresas u organizaciones fuera del país, algo tal vez reservado para pocos en el pasado. Nuestros hijos y alumnos van a estar compitiendo, por lo tanto, con personas de otros países, muy posiblemente, con un nivel académico más alto que el de nuestros jóvenes. Necesitamos incorporar a las familias en la ecuación. No es lo mismo avanzar en las trayectorias académicas con el apoyo de la familia que sin él.
Ya no alcanza con “jugar a ser alumno” e ir a la escuela simplemente a aprobar. Las reglas del juego han cambiado.
(*) Capacitadora, autora y consultora en temas de gestión educativa, neuroeducación y manejo del aula