.
Relatos salvajes de un país en decadencia
Por Gonzalo Arias
En Relatos salvajes, película argentina dirigida por Damián Szifron en 2014, se suceden una serie de historias que, más allá del común denominador de la violencia, nos ofrecen una mirada implacable y desgarradora sobre esa suerte de cultura nacional que Bersuit Vergarabat definió como “la argentinidad al palo”, con todas sus flagrantes contradicciones, miserias, mezquindades y egos, un doble rasero moral, y altas dosis de cinismo, entre otros ingredientes de un cóctel explosivo.
El comportamiento y las declaraciones recientes de los principales referentes de la clase dirigente del país vienen dando sobradas muestras de la vigencia de esta impiadosa mirada que ofrecía la exitosa película del creador de Los Simuladores. Un accionar que, a diferencia de lo que ocurre en la serie galardonada internacionalmente, tiene menos de cómico que de trágico, y que se materializa con meridiana claridad en lo alejada que está la agenda de la política de la dolorosa realidad de una Argentina sumida en la profunda decadencia.
Una decadencia que se manifiesta en múltiples facetas de la vida nacional, pero que encuentra una de sus principales manifestaciones en la degradación de la educación, con problemas como la deserción, la repitencia y la desigualdad. A pesar de que públicamente todos señalan que una menor educación equivale a un peor futuro, el debate educativo en la argentina viene dando cuentas de un preocupante empobrecimiento. Prueba de ello es la polémica recientemente instaurada por la polémica y electoralista decisión del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires de limitar el lenguaje inclusivo en las aulas, lo que derivó en un sinnúmero de reacciones tan inconducentes como la medida anunciada: desde el forzado uso de lenguaje inclusivo por parte del presidente en una alocución pública hasta la tragicómica pelea entre el gobernador bonaerense y los responsables de la Real Academia Española. Como bien definiera el radical Facundo Manes, “fulbito para la tribuna”.
La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner fue otra de las protagonistas de una semana más de este disparate general que se ha apoderado de la política vernácula. Desde la comodidad del atril no sólo fustigó los planes sociales y las organizaciones sociales cuya influencia supo aprovechar durante sus dos presidencias, sino que criticó con liviandad lo que denominó el “festival de importaciones” que explicaría -según su sesgada visión- la constante sangría de dólares. Más allá de la incoherencia que esta afirmación implica para una expresidenta que durante su mandato inauguró el infame cepo a fines de 2011 y una fuerte devaluación en enero de 2012, sino que parece desconocer los propios datos oficiales en materia de comercio exterior: el 87% de las importaciones responden a bienes intermedios, materias primas o bienes y servicios necesarios para que la economía funcione. Es más, el 20% del total importado corresponde a energía. Claramente, no son los bienes de lujo o los consumos con tarjeta los responsables del desbalance, en un escenario cambiario donde los incentivos para la importación claramente son mayores que los de los exportadores.
Otro hecho desopilante de esta semana, en la que por cierto continuó ventilándose una feroz interna libertaria que parece acompañar el progresivo ocaso del otrora ascendente Milei, fue la iniciativa de Horacio Rodríguez Larreta para hacerle un guiño a la “antipolítica” por la cual realizará un casting de postulantes que nunca hayan sido candidatos ni funcionarios para, tras formarse en la Escuela de Dirigentes del PRO, ser candidatos a legisladores y comuneros en 2023. Una iniciativa que fue acompañada por afiches amarillos que inundaron la ciudad con la tan sugestiva como ridícula pregunta “¿Te votarías?”.
Todo ello ocurre en momentos en que el jefe de gobierno porteño y uno de los principales aspirantes a la candidatura presidencial del conglomerado opositor viene levantando el perfil, sumándose al raid mediático en el que ya están embarcados varios de sus adversarios y, incluso, presentando anticipadamente un búnker de campaña. Semejante apuro en un dirigente, en el que tanto aliados como adversarios reconocen como un “tiempista”, se explica no sólo por la hiperactividad radical, sino fundamentalmente por la consolidación de su principal adversaria amarilla, y la reaparición en la escena -un síntoma más de la crisis política- de Mauricio Macri, que se pasea en tándem con la ex gobernadora María Eugenia Vidal.
Al igual que otros presidenciables, el alcalde habló de un plan, en el que incluyó una reforma previsional y laboral, y una baja en las cargas tributarias como estímulo para generar empleo. Tal como sucede en estos tiempos preelectorales no profundizó en el alcance ni las características específicas de los cambios. El concepto de “plan”, que parece querer ser el diferencial de Larreta frente a sus rivales que ofrecen “promesas”, por ahora no es más que un slogan.
Para culminar un listado que no tiene pretensiones de agotar las conductas y declaraciones desopilantes de una clase dirigente en decadencia, cabe mencionar el ultimátum de Sergio Massa al presidente Alberto Fernández. El tigrense -golpeado por el ingreso de Scioli al gobierno- dice sentirse “presionado” por el Frente Renovador para que tome distancia de la Casa Rosada, a no ser que haya una reorganización profunda del gabinete nacional. Un eufemismo que no significa otra cosa que dar curso a su proyecto de crear una suerte de superministerio económico a su cargo. Con el riesgo latente de una “ruptura” que derive en su renuncia a la presidencia de la Cámara de Diputados, el presidente intentará acerca posiciones durante el viaje presidencial al G7 y la reunión de los BRICS, al que invitó especialmente a Massa.
Un panorama que sin dudas resultaría cómico si no estuviese acompañado por una trágica situación económica social, que da cuentas de un país sin rumbo, con un futuro a todas luces plúmbeo. En este sentido, un reciente informe de la UCA de principios de este mes da cuentas de que 4 de cada 10 argentinos son pobres, no sólo por ingresos sino por necesidades básicas insatisfechas. Durante el primer semestre de este año se sumaron medio millón de nuevos pobres y, según diversas proyecciones, la pobreza podría alcanzar al 50% en 2023.
Además, 1 de cada 10 experimenta hambre cotidianamente. Y según el monitor social publicado por el CEM, el 34% de los hogares del AMBA admitieron que en los últimos 12 meses pasaron hambre. A ello se le suma, en una tendencia que ya lleva una década, que solo 4 de cada 10 trabajadores tiene un trabajo estable, con un 60% de la población activa sumida en la precariedad, el desempleo o la indigencia.
La Argentina ha entrado en un preocupante espiral de decadencia, y navega a la deriva. Con el agravante de que a la luz del comportamiento de la mayoría de la clase dirigente, nadie parece preocupado por tomar conciencia de la profundidad de la crisis y abordar los temas de la agenda ciudadana, como para empezar a poner la proa al cada vez más lejano horizonte de un país normal.