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Scioli, el sobreviviente
Por Gonzalo Arias (*)
Entre las consecuencias de la estruendosa renuncia de Matías Kulfas, sacrificado por el Presidente tras la presión del kirchnerismo por las disputas con funcionarios de La Cámpora en torno al retraso en la construcción gasoducto Néstor Kirchner, hay una de profunda naturaleza e implicancias políticas para el corto y mediano plazo: el regreso del incansable y tenaz Daniel Scioli a la escena política nacional.
Un dirigente que desde su ingreso a la política como un outsider (empresario y exitoso deportista) en la década del ‘90 de la mano del entonces presidente Carlos Menem hasta su ajustada derrota en balotaje de 2015 frente a Mauricio Macri, supo emprender una larga marcha que incluye algunas victorias, varias derrotas, y algunos traspiés tanto en el plano político como el personal.
Diputado nacional en 1997 durante el segundo mandato de Carlos Menem, Secretario de Turismo durante la presidencia de Eduardo Duhalde (2001-2003) y vicepresidente de Néstor Kirchner, estuvo presente en los tres ciclos peronistas desde el retorno a la democracia. Si a ello le sumamos los dos mandatos como gobernador de la provincia de Buenos Aires, distrito que gobernó bajo la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, hablamos de un dirigente político que supo demostrar una gran plasticidad y capacidad de adaptación a los diferentes climas de época y los diversos momentos del peronismo.
Pese a que en noviembre de 2015, muchos vaticinaron el fin de su carrera política y de su reconocido sueño presidencial, apenas dos años después volvió al Congreso para luego representar al gobierno de Alberto Fernández en la estratégica Embajada en Brasil. Fue precisamente en Brasilia donde el ex motonauta mostró, una vez más, su capacidad de reinventarse, manteniendo una activa agenda no sólo tendiente a ablandar la tensa relación del gobierno con Bolsonaro, sino también trabajando en mejorar la balanza comercial acercando a gobernadores, intendentes, y empresarios locales con compañías y centros productores brasileños, y promoviendo cámaras de comercio e industria binacionales.
Resiliencia, tenacidad, pragmatismo, paciencia y altas dosis de optimismo son, sin duda, algunos de los atributos principales de un dirigente que vuelve a los primeros planos. Para muchos, un conciliador y moderado que evitó siempre la confrontación directa; para otros, que recuerdan la impavidez con que soportaba las diatribas de Cristina en el Senado y los desplantes del kirchnerismo en la campaña presidencial de 2015, un dirigente carente de personalidad propia.
Lo cierto es que a pesar de la persistencia de esa fangosa y putrefacta superficie de la ciénaga argentina que ha engullido a unas cuantas estrellas ascendentes en el firmamento de la política vernácula, Scioli ha logrado salir relativamente indemne de los lugares que supo ocupar, incluso algunos críticos como sus 8 años en La Plata, y preservar la imagen de un político dialoguista, con una mirada amplia y propositiva, poco confrontativo y con pocos enemigos. El mismo Scioli, semanas antes de que su futuro le deparara un sitial preferencial en el gabinete albertista, se definía en una entrevista a un tradicional diario de tirada nacional que como un “especialista en cerrar grietas y desestresar situaciones”, algo que sin dudas pondrá a prueba en los tiempos que se avecinan.
Consciente de que ese es un perfil a explotar ante el plúmbeo clima de expectativas reinante, a sus 65 años asumirá así un nuevo desafío que -según creen sus allegados- le permitirá mostrar un perfil productivista que ha desarrollado en los últimos años.
Si bien ha dado pruebas de que es capaz de convivir con las tensiones, la desconfianza y la mirada inquisidora del kirchnerismo, seguramente es consciente de que cuánto más levante su perfil mayor será el riesgo de un nuevo encontronazo con los seguidores de la vicepresidenta. No sólo el kirchnerismo se avizora como uno se sus principales obstáculos en la carrera de ganar relevancia y volumen político: es ampliamente conocido que entre el ex gobernador y Sergio Massa no sólo hay diferencias políticas y personales no saldadas, sino también potenciales conflictos en lo que se refiere a proyectos futuros.
Es innegable que la vuelta al redil, con un cargo ministerial de relevancia, lo ubica entre los presidenciables de cara 2023. Fiel a su estilo no se pronunciará en público sobre esto, pero parece más convencido de que está más preparado que en 2015 para competir.
Claro está, las tensiones internas que atraviesan al oficialismo pueden conspirar contra ese objetivo. Resulta poco creíble el escenario de un Scioli mediador entre las partes en disputa, que logre descomprimir las tensiones. Así las cosas, sabiendo que uno de los grandes interrogantes radica en ver si vuelven a aflorar sus recurrentes rispideces con el kirchnerismo, lo único cierto pareciera ser que la suerte de su tan anhelado proyecto presidencial está atada al futuro del Presidente y su gestión.
(*) Sociólogo, autor del libro "Gustar, ganar y gobernar" (Ed. Aguilar)