Misterio: desde hace trece años nada se sabe de los seis integrantes de la familia Gill
Los padres y sus cuatro niños desaparecieron sin dejar huellas en enero de 2002, quedando todo abandonado en el puesto en el que vivían en una estancia de Nogoyá.
La historia policial entrerriana registra desde la década pasada cuatro casos de desapariciones de personas sobre los cuales se mantiene un manto de misterio imposible de quitar.
De ellos, sin dudas que la desaparición de Fernanda Aguirre el 25 de julio de 2004, en San Benito, Departamento Paraná, fue el que alcanzó mayor repercusión en la prensa provincial, nacional e incluso en países vecinos.
Su caso sí tuvo avance judicial, ya que por su desaparición fue condenada a 17 años de prisión Mirta Analía Chávez, a quien se le atribuye haber intervenido en calidad de coautora en la comisión del delito de “secuestro extorsivo” en perjuicio de la menor de 13 años, hecho ocurrido en las inmediaciones del cementerio privado “Parque de la Paz”, en San Benito. Pero Fernanda no ha sido encontrada.
Otra desaparición irresuelta -pero que hace presumir un crimen-, había sucedido un año antes, también en Paraná, donde en la zona rural el 13 de febrero de 2003 se encontró abandonado y sin ninguna huella en su interior el VW Gol de Amado Abib, un contador de 85 años de edad que fue subsecretario de Hacienda del gobierno de Raúl Uranga y síndico del Banco de Entre Ríos. Del contador nada más se supo.
También en Gualeguaychú, en el balneario El Ñandubaysal, el último día de 2004 desapareció el pequeño Kevin Joel Sánchez, de 5 años, que en esa misma jornada había llegado con sus padres, un hermanito mayor y otros familiares, desde Grand Bourg, Provincia de Buenos Aires, para pasar días de descanso en la playa del río Uruguay. Hoy su historia parece perdida en el tiempo, aunque Missing Children lo sigue buscando.
Pero todas esas historias individuales, familiares e incluso colectivas, pareciera que no resisten comparación con lo que ocurrió con Rubén Gill, de 56 años, su esposa Norma Gallegos, de 26, y sus hijos María Ofelia, Osvaldo José, Sofía Margarita y Carlos Daniel, de 12, 9, 6 y 4 años de edad, respectivamente.
Todos fueron vistos por última vez en Viale el 14 de enero de 2002. Habían llegado a esa localidad desde el puesto rural donde vivían en la estancia “La Candelaria”, en Crucesitas Séptima, Nogoyá. En ese establecimiento rural “Mencho” Gill trabajaba como peón rural.
Aunque han pasado 13 años, la investigación todavía conserva la carátula de “Averiguación de paradero”, y actualmente está casi paralizada por la inacción y la falta de elementos que nunca fueron encontrados por la policía y la justicia.
Para recordar
Alfonso Goette, el dueño de la estancia “La Candelaria”, se presentó en abril de 2002 en la casa de unos parientes de Gill y preguntó por “Mencho” y su familia. Dijo que se habían ido de vacaciones y no regresaron.
Extrañamente en el puesto de campo estaban los muebles, electrodomésticos, documentos, ropas; hasta quedaron sueldos sin cobrar por Margarita, que trabajaba como cocinera en una escuela.
Recién en julio de 2003, 16 meses después de la desaparición, el juez de Nogoyá, Jorge Sebastián Gallino, dispuso una primera e infructuosa inspección en la estancia “La Candelaria”.
Nada se obtuvo, e infructuosos fueron los relevamientos de terrenos, los rastrillajes, los controles de fronteras, los allanamientos en la estancia, la intervención a peritos forenses y de criminalística, las pruebas genéticas, etcétera.
Así, han pasado 13 años en los que aquellos niños de la familia ya dejaron de serlo hace rato, y tampoco ellos establecieron algún contacto con sus parientes, inentendible en estos días en que hay mil formas para comunicarse.
No obstante, los investigadores de hoy habrían confiado que estarían “detrás de una pista” en un campo cercano a “La Candelaria” y que después de la actual feria judicial podrían verificar un dato allí, publicó El Diario de Paraná.
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