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Diario El Argentinodomingo 28 de abril de 2024
Entrevistas

Julio Oscar Giacomelli, ferroviario

“La estación de trenes siempre fue un lugar de emociones intensas”

“La estación de trenes siempre fue un lugar de emociones intensas”

Julio Oscar Giacomelli es de estirpe ferroviaria. Su abuelo trabajó en el ferrocarril, lo mismo que su padre y él heredó esa vocación familiar por los colosos de hierro.


Su historia tiene muchos momentos particulares. A los quince años ingresa al Ferrocarril y lo hace en la Estación Gualeguaychú, donde su padre era el jefe de la estación. El destino lo llevó por varias localidades y en 1982, estando en la estación de Villa Paranacito, despachó el último tren con los conscriptos que iban a luchar por la recuperación de las Islas Malvinas. Curiosamente, su historia con el ferrocarril terminará donde empezó: en Gualeguaychú… pero esta vez como jefe de estación.
El 1° de julio de 1993 es para él una fecha precisa en su memoria. Fue el día que recibió el telegrama que la estación se iba a cerrar. Esa noticia la recibió luego de haber hecho una carrera que le demandó 38 años, seis meses y 19 días. “A los que toman decisiones nada les importó, solo los negociados”, dirá con la amargura de aquel que sabe bien todo lo que se perdió con el cierre de los ferrocarriles.
“Ramal que para, ramal que cierra” fue la triste excusa que el neoliberalismo de los años ´90 privatizó todos los recursos del Estado, incluso hasta su soberanía política. Nunca se entenderá qué tuvo de nuevo, ese neoliberalismo que aplicó las viejas recetas de la entrega que caracterizaron a los vende Patria.
Giacomelli comenzó, como los grandes que hacen la historia, de abajo. Fue peón general, sereno, limpia jaulas, mensajero, practicante, controlador, cambista, dependientes primero y luego encargado de encomiendas y cargas, telegrafista (a los quince años ya aprendió ese oficio), guarda tren, aspirante a maquinista, foguista y se retiró siendo el jefe de la estación Gualeguaychú.
Este ferroviario recibió a EL ARGENTINO en la tarde noche del jueves, cuando el frío insistía con aplacarse con un diálogo y un mate. Su experiencia, algunos hechos que lo marcaron de por vida y especialmente su amor por los ferrocarriles dominarán toda la charla.

-¿Dónde nació?
-Soy oriundo de Holt Ibicuy, pueblo ferroviario si los hay. Mi abuelo y mi padre fueron ferroviarios y esa es mi ascendencia. Nací el 23 de junio de 1939. Holt Ibicuy estaba aislado en aquellos años, salvo por el ferrocarril. En ese tiempo el pueblo era pura arena. Los primeros grados lo hice en Holt. Y cuando tenía aproximadamente diez años, nos trasladamos a Macía hasta 1953, porque a mi padre le habían dado el pase. Luego mi padre, que se llamaba Santiago Casiano Giacomelli, vino de jefe de estación a Gualeguaychú. Lo que es el destino, porque años más tarde, yo seré el último jefe de la estación de la ciudad.

-¿Su padre habrá trabajado con los ingleses?
-Por supuesto. La historia es así. Mi abuelo era el encargado de la Estación de Carbó. Y mi padre trabajaba como peón, “catango” le decían en ese entonces. Luego de su jornada de trabajo, se iba a practicar a la estación. Hay que imaginar aquellos tiempos, donde no había caminos y todo pasaba por el ferrocarril. Un día llega el padre del ex gobernador Jorge Pedro Busti, que también era ferroviario. El asunto es que el padre de Busti le dice a mi abuelo, que a mi padre lo iban a necesitar en Holt Ibicuy. Así marchó a ese pueblo. Holt Ibicuy era una estación de mucho movimiento, porque todas las mercaderías que debían distribuirse en Entre Ríos, Corrientes y Misiones pasaban por ahí. La carga seca y la perecedera como los animales en pie e incluso los fardos para las haciendas. Todo pasaba por esa estación, que tenía una playa y un movimiento diario con más de doscientos vagones. Bueno, el asunto es que a los pocos días que mi padre está trabajando en Holt, el jefe de la estación lo llama y le dice: “vos sabés que te vengo observando y me gusta cómo haces el trabajo. Y así se quedó como veinte años en Ibicuy, hasta que lo trasladaron a Macía y finalmente a Gualeguaychú. Aquí estuvo desde 1953 hasta principios de los años ´60 cuando en la presidencia de don Arturo Frondizi le llegó el beneficio de la jubilación.

-¿Y qué recuerda de la estación en aquellos años?
-El ferrocarril llegaba hasta la zona portuaria, donde generalmente se llevaban cereales. Al ferrocarril ingresé cuando tenía quince años y lo hice en Gualeguaychú, donde en 1993 me retiran como jefe. Tenía 54 años de edad.

-¿Y cómo aprendió el oficio de telegrafista?
-A los quince años aprendí. Mi padre era el jefe de la estación y me permitió aprender, pero con mucho rigor. En esos tiempos me decían: aprendé como telegrafista, porque el papelerío se aprende solo. Y todas las tardes me sentaba en la mesa a aprender el código Morse. Nunca más me olvidé y aún hoy puedo enviar mensajes sin ningún problema.

-A los quince años en el ferrocarril, entonces estaba en la Unión Ferroviaria.
-Claro. A los 18 años me paso a La Fraternidad, porque mi vocación era ser maquinista. Eran máquinas a vapor. Y comencé como todos, hombreando bolsas de carbón, porque llueva o truene a “esa morocha” había que alimentarla. Paso a aspirante y realizo cursos y rindo. Nos mandaban a Concordia. En la junta médica me observan que tenía problemas en la vista y me descartan como maquinista. Lloré con mucha angustia porque quería ser maquinista. Para peor, era el tiempo en que la directiva era eliminar personal. Así, tomé coraje de nuevo y volví a pedir estar en la estación y comencé a remar de cero e hice la carrera ferroviaria. Me pasaron por todos los puestos, fui guarda tren, encargado de encomiendas, a veces tenía que realizar los cambios de vías, estuve como telegrafista. Pasé por todos los cargos. En 1978 nos comunican que había personal sobrante en Gualeguaychú y nos ofrecen irnos a Buenos Aires para despachar boletos en las estaciones o a Corrientes también como boletero. Opté por irme a la estación Villa Paranacito que luego se llamará Libertador General San Martín. Ahí estuve desde 1978 hasta 1982.

-Mire qué año: 1982. La Guerra de Malvinas…
-Ahí despaché al último tren que llevaba soldados para esa guerra. La región sufría los azotes de la inundación, los puentes carreteros estaban cortados y el tren era el único contacto para no quedar aislados. Ese último tren lo despaché en Villa Paranacito. Fue también un momento intenso. Esa formación venía con problemas de frenos y aunque me jugué el puesto, lo hicimos marchar igual porque los soldados tenían que partir hacia el sur. El mayor inconveniente fue en el cruce del puente Zárate Brazo Largo… pero cuando pasó y no hubo novedades y todo iba normal… recién me sentí aliviado.

-Además de cargas, la estación tenía movimiento de pasajeros…
-Mire, la estación de trenes siempre fue un lugar de emociones intensas. Es un lugar de encuentros y despedidas. Recuerdo que cuando se convocaban a los soldados para el servicio militar obligatorio, lo trasladaban en trenes. Y esas partidas eran de mucho llantos: de los padres, las hermanas, las novias e incluso los amigos. En los andenes la gente se abrazaba, se prometían regresos… y era notorio la tristeza de quién quedaba o el brazo asomando por la ventanilla de quien partía.

-¿Hacia dónde se viajaba?
-Por toda la provincia. Se partía de Gualeguaychú y en Parera se hacía el trasbordo para ir a Buenos Aires. Y si se seguía hasta Basavilbaso, entonces se podía ir a Paraná, Concepción del Uruguay, Concordia o toda la Mesopotamia. Los vecinos de Gualeguaychú viajaban mucho y querían al ferrocarril.

-¿Y qué piensa de la reactivación del ferrocarril que se quiere realizar?
-Si lo hacen está muy bien. Pero hay que comenzar por las bases, que son los rieles. El estado de los rieles es crucial para determinar tonelaje y velocidad. Prueba de ello es lo que le sucedía al Gran Capitán, que dos por tres descarrilaba, generalmente cuando apenas comenzaba a rodar en velocidad. La privatización fue un negociado y se abandonó todo. Será difícil su reactivación.

-¿Suele ir hoy a la zona del Corsódromo?
-Poco y nada, porque me da mucha amargura, mucha tristeza. Pero es una gran obra el Museo y hay que cuidarlo.

-¿Qué otros destinos tuvo?
-Estuve en Parera, en Urdinarrain, en Paranacito como le conté, en Brazo Largo, en Nogoyá, en Gilbert, en Concepción del Uruguay. De La Histórica vine como auxiliar a Gualeguaychú. Y cuando se jubila Pedro Brick como jefe de la estación, que fue un gran hombre y muy bueno… finalmente quedé yo.

-¿Cómo recibió la noticia de que se cerraba la estación?
-Se veía venir. Recibí el telegrama y no lo podía creer aunque todos sabíamos que tarde o temprano eso iba a suceder. Recuerdo que llegué a casa. Hacía poco tiempo había enviudado. Nos reunimos con los hijos y lloramos.

Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO


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