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Diario El Argentinosábado 27 de abril de 2024
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Mariano Wright

“El ballet tiene que estar por encima de los nombres y de los hombres”

  “El ballet tiene que estar por encima de los nombres y de los hombres”

Mariano Wright nació el 25 de julio de 1976 en Gualeguaychú. Es el segundo hijo del matrimonio de Nilo Wright y Mirta Abreu, quienes fueron fundadores del Ballet Folklórico Argentino El Lazo.


A los tres años ya bailó en el jardín de infantes de la Escuela Matheu y a los siete compartía escenario con sus padres.
El ballet El Lazo cumplirá 37 años el 13 de septiembre. Y Mariano Wright se encuentra al frente por legado de don Nilo, su padre y su maestro.
El diálogo con EL ARGENTINO se desarrolló el miércoles por la tarde, a poco de llegar de Potosí, Bolivia, donde participaron del primer festival internacional de danzas.
Mariano Wright cuenta cómo fueron sus inicios, habla del sentido de equipo que implica integrar un cuerpo de danza y cómo fue la relación con su padre, el hombre que siempre le inspiró todas las confianzas para subirse al escenario del arte pero también de la vida.

-¿Dónde cursó sus estudios?

-La primaria la cursé en la Escuela Domingo Matheu. Nosotros vivíamos en calle Andrade y Camila Nievas y ese fue el barrio de mi infancia. Empecé Jardín un poco antes que los demás chicos, porque la acompañaba a mi hermana mayor y la señorita me invitaba a quedarme en clase. Y un día fui invitado a tomar parte en un acto escolar.

-¿Y cómo llegó esa noticia a su casa?

-La llevé yo mismo. Se lo comuniqué a mi abuelo y a Nilo. Les dije que necesitaba un par de botas porque tenía que tomar parte en la escuela. Y esas fueron mis primeras botas, que eran de cuero de carpincho. Mi padre siempre recordó que ese fue mi debut como bailarín. Habré tenido tres años y en la foto aparezco de bota de carpincho y bigotes. Y de ese debut guardo una sensación muy cálida, porque fue en el escenario del patio en la escuela donde cursé toda mi primaria.

-¿Dice Nilo en vez de papá?
-Sí. A mi padre lo llamo por el nombre Nilo. Era la persona a la que yo quería imitar. Quería ser como él. Como artista era completo y en cada actuación arriba de un escenario para mí eran como clases magistrales. Crecí con el ballet, ya sea acompañándolos en las giras o extrañarlos porque alguna vez me tocaba quedarme en casa de mi abuela mientras mis padres salían a ganarse el mango para que nosotros tuviéramos una buena vida. Admiré a mi padre y hoy que no lo tengo, siempre trato de que se sintiera orgulloso de mí.

-¿Cómo era la organización familiar en cuanto a horarios?
-Era exigente porque terminábamos tarde noche por las clases de baile, los ensayos, a veces las actuaciones y al otro día debíamos arrancar bien temprano cada uno con sus obligaciones.

-¿Se acuerda cuándo ingresó al ballet El Lazo?
-Esas cosas son imposibles de olvidar. Podría decir que tuve dos ingresos: uno extraordinario y otro formal. Tenía siete años y recuerdo que el Jueves Santo de 1984 fuimos con Nilo a comprar una revista y poco antes de llegar a casa, mi padre se resbala y se fractura el peroné. Nilo tenía comprometida una actuación y no tenía suplente en el ballet. Entonces pensó que podía ponerme a mí en su lugar, porque a los siete años ya conocía los cuadros y cualquier cosa que me saliera mal, el público iba a saber comprender. El asunto fue que el 25 de Mayo de 1984 había que actuar en el salón parroquial de Gilbert. Y era una presentación importante porque sabíamos que venían de Basavilbaso a ver al Ballet con la idea de contratarnos.

-¿Y qué pasó cuando vieron que Nilo estaba enyesado con una bota?

-La gente se desilusionó bastante, porque en rigor habían venido para verlo bailar. Nilo les insistió que se quedaran y que vieran al ballet y después decidieran. Así salgo a bailar con mis siete años y al final tuve un percance porque me caí en el zapateo. Recuerdo que me bajé del escenario muy enojado conmigo mismo. El doctor Agustín Gómez, que era muy querido en esa zona, me dijo: “Qué bárbaro el paso que hiciste. La gente se pregunta cómo lo hacés”. Y eso me consoló.

-¿Pero qué pasó con la gente que vino de Basavilbaso?
-Hablaron con Nilo y le dijeron que querían contratar al ballet para septiembre, tal vez octubre. Entonces mi padre le dijo que no iba a existir ningún problema porque para esos meses ya no iba estar enyesado. Pero la gente de Basso le dijo que querían “al ballet con el chiquito”. Así fue cómo Nilo adaptó algunos cuadros y en Basavilbaso tuve mi debut formal… sin reemplazar a nadie.

-¿Está pensando o recordando algo?
-Me estaba acordando que previo a ir a Basavilbaso actuamos en la Unidad Penal N° 2. Me estaba acordando que un interno había hecho un camión de madera, grande, que luego me lo regaló. En la Unidad Penal nos fuimos a cambiar a la parte de arriba y yo marché con mi camión de madera bajo el brazo. Y cuando subimos por ese balcón, observo hacia la calle y pasa justo un camión exactamente igual al que me habían regalado. Todavía lo tengo a ese obsequio, aunque los juegos y el paso del tiempo lo han deteriorado como a todo juguete.

-Al ser hijo de Nilo habrá tenido algunas concesiones en el ballet…
-En absoluto. Diría que todo lo contrario. Era uno más. Por otro lado, el ballet mismo es una escuela de danzas pero también para la vida. Y hay que graduarse constantemente, en cada ensayo, en cada actuación. Y esto de decirle a mi padre Nilo, también era igualarme con mis compañeros. Luego de esas actuaciones que le cuento, tuve que comprender que mi lugar no era el ballet con los adultos, sino con los chicos de mi edad y seguir aprendiendo y ensayando.

-Seguramente todos los ritmos folklóricos lo han de apasionar. ¿Pero si tuviera que elegir a uno?
-Es cierto, todo el folklore tiene su encanto y cada ritmo tiene sus particularidades. Además, el folklore es uno solo. Individualmente me gusta zapatear, pero lo que más me gusta es el bailar con el otro. Un ballet es un gran equipo, donde todos aportamos para que cada uno se exprese. Estar en el ballet implica pensar y sentir en función de equipo, de grupo, de familia. No hay individualismo, ni siquiera cuando zapateo; porque para lograr eso uno recibió el aporte de los demás.

-¿Se acerca el joven a las danzas folklóricas?

-Sí, pese a que en la actualidad hay muchas más distracciones o diversidad de cosas para hacer. Igualmente ojalá existieran más escuelas de danzas o de arte en general. Lo que sí se observa es que los jóvenes no saben saltar, por ejemplo. Y los niños no saben jugar. Tal vez sea que están demasiado tiempo frente a una computadora, pero se ha perdido esa esencia del compartir. Cuando vienen a nuestra escuela, los chicos no saben saltar, no sabe jugar. Ni siquiera conocen juegos para compartir con otros pares. Manejan los dedos en el teclado muy bien, pero el cuerpo no lo saben manejar. Tenemos la escuela de adultos, que tiene una gran aceptación, porque se trata de una generación que salda una deuda porque está haciendo lo que no pudo hacer antes: aprender a bailar. Nos emociona ver a los adultos ver bailar y nos merece mucha consideración que a pesar de las responsabilidades cotidianas, se hacen un tiempo para aprender a bailar y sacarse las ganas.

-¿Un adulto con qué ritmo comienza a aprender?
-En nuestra escuela el método es muy particular y le prestamos mucha atención a los primeros pasos de baile. Comenzamos con la chamarrita, porque tiene muy buen ritmo. Incluso tiene más ritmo que la chacarera. El paso del baile es el mismo que se usa en un gato, en un escondido, en una chacarera, pero tiene otro ritmo.

-¿Toda persona puede aprender a bailar?
-No hay personas que no pueda aprender. Todos tienen condiciones. Bailar es como aprender a caminar, una vez que se aprende no se olvida más. Nosotros recibimos gente adulta, mayor, que nunca bailó siquiera el vals de los quince y aprende y sorprende luego con su arte. Ahora estamos en el Club Frigorífico dando clases los lunes y jueves a partir de las 19 y martes y miércoles lo dedicamos a ensayar con el ballet. Nuestro ballet está integrado por cuatro personas, porque es un número fácil de manejar en materia de traslado y logística; además ya no hay escenarios grandes que puedan soportar muchas más parejas. Y cuatro parejas es un número que permite hacer muchas variaciones.

-Estuvieron hace poco en Potosí, Bolivia…
-Sí, fuimos invitados a participar del primer festival internacional de danzas y nos fue muy bien, porque vivimos una experiencia importante en materia de intercambio cultural. Estuvimos del 4 al 11 de agosto y que fue coincidente con las celebraciones de los 188 años de la Declaración de la Independencia de Bolivia.

-¿Qué les sorprendió?
-Muchas cosas. Más que sorpresa nos llamó la atención cómo le gustó la chamarrita… les encantó nuestro ritmo litoraleño. Además, le llevamos el chamamé, el malambo y la milonga. Nuestra propuesta les generó mucho entusiasmo. Estamos muy agradecidos con los hermanos bolivianos y con las autoridades de la Municipalidad de Gualeguaychú y de la provincia porque nos ayudaron a realizar ese viaje. Estuvimos también en la Unión Obrera de Potosí que cumplía 150 años de vida, actuamos en la Casa de la Moneda y la gente nos paraba en las calles para sacarse fotos. Fue increíble la hospitalidad que hemos recibido.

-Nilo falleció en 1997. ¿Pensaron en ese entonces que el ballet se iba a cerrar?

-Y al principio esa fue una alternativa que la tuvimos muy presente. Fue todo muy rápido, aunque tuvimos nuestros replanteos. Las circunstancias fueron las siguientes: estábamos ensayando porque se incorporaban dos chicas al ballet. Estábamos casualmente en Basavilbaso preparando el Ballet Centenario. Nilo cortó el ensayo y eso nos llamó la atención, pero no le dimos demasiada importancia porque creímos que era una simple descompostura. Volvimos a Gualeguaychú y pasó una semana con estudios y consultas médicas. Estaba en cama cuando decidió realizar un ensayo.

-¿Y qué pasó?
-Bueno, decidió que quería ensayar y dijo que ese ensayo lo iba a dirigir yo y que tenía que hacer las correcciones que creía pertinente. Es decir, me dio amplias facultades. Ese último ensayo fue en la casa de la vieja estación de trenes en el Corsódromo. Luego tuvo una recaída, lo internamos en Paraná y falleció el 20 de octubre de 1997. Unos días antes, estando en terapia intensiva, me tomó del brazo y me dijo con voz firme que el ballet no era Nilo Wright, sino El Lazo y que eso implicaba que el ballet tenía que estar por encima de los nombres y de los hombres. Con el tiempo pude asumir que aquel ensayo en el Corsódromo fue parte de ese mandato que me dio estando en terapia intensiva… pero fue con el tiempo que lo pude elaborar de esa manera. En ese momento, cuando me tomó del brazo y me dijo que el ballet estaba por encima de los nombres y los hombres, no pude contestarle porque tenía la esperanza que saliera de ese trance. Por eso me veo en la obligación de responderle todos los días ofreciendo siempre el mejor ballet El Lazo para la gente.

Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO


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