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Un dolor que no para de sangrar

Un dolor que no para de sangrar

Hace pocos días me conmovió una noticia, dos niños fueron crucificados por no respetar el ayuno de Ramadán al norte de Siria.


En varios lugares del mundo es particularmente difícil vivir la fe. Las diversas comunidades cristianas atraviesan situaciones de persecución declarada, o en formas de discriminación y desigualdad que promueven su expulsión. Esto sucede en países como Siria, Irak, Egipto, Nigeria, Pakistán...
En muchos de estos lugares se está produciendo un persistente éxodo, a veces lento y, en ocasiones, masivo. Los cristianos padecen el martirio hace más de 4 años en Siria y más de 15 en Irak. No es algo nuevo.
En abril pasado el “Consejo de líderes de las confesiones cristianas de Alepo” dio a conocer un comunicado de prensa, en el cual se decía: “Durante la semana de la Pasión redentora y de los días de Pascua, nuestra ciudad y el pueblo han sufrido un intenso dolor, una profunda angustia y desconsuelo, la noche en que han sido objetivo los barrios civiles de la ciudad de granadas de guerra y cohetes cuya capacidad destructiva no se había visto antes”. Y continúa el comunicado: “Decenas de mártires de todas las religiones y confesiones, heridos y mutilados, hombres y mujeres, ancianos y niños. Hemos escuchado el llanto de las viudas y los lamentos de los niños, y hemos visto el pánico en el rostro de la gente.
”Desde lo más profundo del sufrimiento y de la gran angustia, hacemos un llamamiento, gritando, a las personas de conciencia recta, en el caso de que haya alguno dispuesto a escuchar: ¡basta ya de destrucción y desolación! ¡Basta ya de ser un laboratorio de ensayo de armas en una guerra devastadora! ¡Estamos cansados! Cerrad la puerta a la venta de armas y parad los instrumentos de muerte y el suministro de municiones. ¡Estamos cansados!
”¿Qué queréis de nosotros? ¡Decidlo! ¡Porque estamos cansados!”
”¿Queréis que nos quedemos heridos y humillados, mutilados y privados de toda dignidad humana? ¿O que nos vayamos por la fuerza, y seamos destruidos manifiestamente?”.
Las crucifixiones, decapitaciones, lapidaciones, quema de personas vivas... son maneras reiteradas de sembrar miedo y terror.
En la Pascua pasada el Papa ha pedido que “roguemos ante todo por la amada Siria e Irak, para que cese el fragor de las armas y se restablezca una buena convivencia entre los diferentes grupos que conforman estos amados países. Que la comunidad internacional no permanezca inerte ante la inmensa tragedia humanitaria dentro de estos países y el drama de tantos refugiados”. (Homilía de Francisco el domingo de Pascua 2015.)
Sin embargo, Occidente sigue mirando para otro lado. No hay respuesta. Es como si el conflicto no existiera. Como si los muertos no murieran, los que lloran no sufrieran. Hay países que quedan afuera de las noticias, a no ser que suceda un desastre natural, o jueguen sus equipos en un mundial de, futbol, o algún grupo de esa nacionalidad realice un atentado terrorista en algún lugar de Europa. Si no fuera por Internet, de poco nos enteraríamos.
La historia nos muestra que en varias ocasiones hubo guerras y matanzas en nombre de la religión, de lo cual los cristianos no estamos exentos de haber sido responsables en algún momento. No se puede ejercer violencia en nombre de la religión, no se debe obligar a nadie a creer, dejar de hacerlo, o cambiar de religión.
Sabemos que hay muchos intereses económicos en juego, tanto en los países productores de armas como en las mafias de los traficantes.
La Pascua de este año no fue la primera vez que Francisco exhortó a la paz y la libertad en estos países. En el 2014 ha pedido con claridad, escribiendo al Secretario General de las Naciones Unidas: “Con el mismo espíritu, le escribo, Señor Secretario General, y coloco ante usted las lágrimas, los sufrimientos y los gritos desesperados de los Cristianos y de las otras minorías religiosas de la amada tierra de Irak. Mientras renuevo mi llamado urgente a la comunidad internacional a intervenir para poner fin a la tragedia humanitaria en curso, animo a todos los organismos competentes de las Naciones Unidas, en particular a los responsables de la seguridad, la paz, el derecho humanitario y la asistencia a los refugiados a continuar sus esfuerzos conformes al Preámbulo y a los Artículos pertinentes a la Carta de las Naciones Unidas.(...) Las trágicas experiencias del siglo XXI y la más elemental comprensión de la dignidad humana, obliga a la comunidad internacional, en particular, a través de las normas y de los mecanismos del derecho internacional, a hacer todo lo posible para detener y prevenir otras violencias sistemáticas contra las minorías étnicas y religiosas”. (Carta del Papa Francisco del 9 de agosto de 2014 al Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon.)
Comprometamos nuestra oración por todos los que son perseguidos a causa de su fe.


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