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Diario El Argentinosábado 27 de abril de 2024
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Diálogo con Héctor Miguel Mista, ex combatiente de Malvinas

 Diálogo con Héctor Miguel Mista, ex combatiente de Malvinas

 “Fue mi esposa quien me enamoró de la vida, es a ella a la que hay que admirar”



Héctor Miguel Mista nació el 5 de julio de 1959 en Basavilbaso, Departamento Uruguay.
Es el quinto de nueve hermanos. Mientras servía como suboficial de la Armada estuvo movilizado dos veces por el conflicto limítrofe con Chile y finalmente en 1982 estuvo en Malvinas, al frente de una batería de obuses.
La historia de Mista puede ser en el fondo la de tantos ex combatientes. Pero como toda historia, tiene sus particularidades intransferibles, que la hacen única. A los catorce años viaja a dedo desde Basavilbaso a Gualeguaychú para rendir el ingreso a la Armada y regresa a su pueblo natal también a dedo. Luego el viaje a Buenos Aires, con quince años de edad y sin nadie conocido. Más tarde el egreso de la Escuela de Suboficiales de Infantería, el casamiento con su actual esposa… la llegada de los hijos… Y las vicisitudes de una guerra, cuyas esquirlas no pudieron atravesar el espíritu de este hombre que asegura que “fue mi esposa quien me enamoró de la vida, es a ella a la que hay que admirar”.
Héctor Miguel Mista dialogó con EL ARGENTINO en la tarde del viernes. Justo hoy mientras el lector repasa su mirada sobre estas líneas, se está sometiendo a una operación quirúrgica como una consecuencia de aquellos días en la trinchera. Nada grave por cierto, pero sí muy significativo para dar cuenta que hay huellas que nunca se borrarán. La historia de este hombre emerge en un tiempo donde el sentido de familia se necesita más que nunca. Mista lo dice de manera más simple… pero de manera más sabia y profunda: “El amor de mi esposa, de mis hijos y de mis nietos me salva y me rescata todos los días”.

-¿Cómo llegó a Gualeguaychú?
-Los estudios primarios los realicé en Basavilbaso. Cuando estaba cursando séptimo grado, personal de la Armada Argentina nos dieron una charla sobre esa institución y el servicio a la Patria. Esa charla me entusiasmó porque en mi pueblo no veía futuro. Buscando otro horizonte encontré la posibilidad de irme a la Armada. Un compañero me ayuda y me consigue las planillas de inscripción e incluso las cartillas para prepararme para el examen de ingreso. Y vengo a Gualeguaychú a rendir en 1975. Tenía catorce años y me vine de Basavilbaso a dedo, solo y así regresé después de rendir. Me acuerdo que rendí en las instalaciones de Central Entrerriano y era la primera vez que conocía a Gualeguaychú.

-¿Rindió bien?
-Sí. Al tiempo me comunican que me debo presentar en Concordia y recién en ese momento les comuniqué a mis padres que me iba a estudiar a la Armada. Al principio mucho no les entusiasmó la idea, pero cuando me despidieron en el tren me dijeron que contara con ellos por la decisión que tomaba y que no me olvidara que en mi hogar seguía teniendo mi lugar. Llego a Concordia y me junto con el grupo. Tenía catorce años y era muy tímido y por suerte me tocó un grupo que me hizo sentir bien. De Concordia fuimos a Buenos Aires, donde estuvimos unos días y continuamos viaje a Mar del Plata donde estudié en la Escuela de Suboficiales de Infantería de la Armada.

-¿Y cuándo termina su preparación en la Armada?
-Luego de los estudios en la Escuela de Infantería hice otros cursos durante dos años de marinero y me destinan a la base naval Puerto Belgrano que queda en Punta Alta, Bahía Blanca y quedo en la Artillería. Esto es 1978 y tenía el grado de cabo segundo. Ese año me movilizan para las fiestas de fin de año a Tierra del fuego a raíz del conflicto con Chile. Estuve en la estancia San Sebastián en Río Grande y luego me vuelven a movilizar por el conflicto de las islas Picton, Lennox y Nueva. A fines de 1979 regreso a Mar del Plata donde me especializo en un curso comando de anfibio para operaciones especiales y finalizo esa capacitación en la Escuela de Infantería del Ejército en Campo de Mayo. Regreso a Artillería y en junio de 1980 me casé con la que es hoy mi esposa María Magdalena Lacuadra, que es oriunda de Federal. Con ella me conozco arriba del tren, en uno de los viajes de licencia que me daban para visitar Basavilbaso, en ese viaje venía ella con un compañero mío que era de Federal. En realidad a ella la conocí en 1975 y en 1980 nos casamos.

-¿Y en 1982 se moviliza por Malvinas?
-Así es y es una fecha muy sentida en mi familia porque fue un año que pasamos muchas dificultades. Nos convocan de incógnita y cargamos el obús en el barco San Antonio y nosotros viajamos en el Almirante Irizar. Fue todo tan rápido que no hice tiempo para dejarle a mi esposa un poder para que ella pudiera seguir cobrando mi salario. Es decir, mientras estaba en Malvinas, ella se quedó sin recursos. En Punta Alta alquilábamos y no podía hacer frente a esa deuda. Un superior mío se enteró de esa situación y de su bolsillo le prestó el dinero. Mi esposa, que ya teníamos un hijo de casi dos años, tomó un colectivo para ir a pagar el alquiler, pero al descender le robaron la cartera con el dinero. Mi familia pasó muchas necesidades mientras yo estaba en Malvinas.

-¿Qué día llegó a Malvinas?
-Llegamos en la madrugada del 2 de abril de 1982. Nos dejaron en una posición que desconocíamos, no sabíamos siquiera dónde ir. Tengo una imagen que me es imposible de borrar: llegando a Malvinas en helicóptero y la vista del archipiélago con el embate de las aguas de ese mar bravío. Nos organismos como pudimos y vamos a encontrarnos con el resto.

-¿Puede precisar mejor
esa situación?
-Pertenecía a una batería integrada por cuatro obuses. Esos obuses se instalan en tierra para alinear el disparo y así orientar la acción bélica. Tenía alrededor de ocho soldados a los que conocía mucho porque habíamos hecho equipo durante todo el año e incluso ellos ya se iban de baja del servicio militar cuando fueron movilizados para esta guerra. El trato que teníamos era muy familiar, porque uno dependía del otro.

-¿Hasta cuándo estuvo
en Malvinas?
-Hasta el 28 de mayo de 1982. Había tenido un problema porque se me había entumecido el pie porque me había entrado agua en la bota. Ese día me derivan a enfermería y me obligan a subir al Hércules. Ese traslado tenía dos propósitos: el primero hacerme atender y el segundo traer las nuevas municiones para las baterías de obuses. El 1° de junio el Hércules no despega porque se temía que lo podían bajar porque llevaba esas municiones. Entonces a los que estábamos todavía heridos, nos pasan al barco que tenía la insignia de la Cruz Roja. Nos quedamos en Río Grande junto a dos soldados más de mi batería y ahí nos quedamos hasta el final de la guerra.

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-¿Recuerda lo que sintió cuando pisó suelo malvinense?
-Primero que no sabíamos bien en qué situación estábamos. Porque cuando estábamos en el barco nos ponen bajo las órdenes de un oficial del Ejército, aunque éramos de la Armada. Nos informan que estábamos en situación de guerra, pero no nos dan mucha más información: solo nos advierten que el que desobedece puede ser fusilado. Cuando bajamos a Malvinas, que llegamos en helicóptero, caigo rodilla en tierra. Tomamos los obuses que eran de nuestra batería y lo primero que observo cuando levanto la vista es un caserío de un par de cuadras: era Puerto Argentino. Ahí nos advierten que había algunos ingleses que se transportaban en moto y que disparaban. Pero nosotros no teníamos municiones ni armas, solamente el cañón como única defensa. Así que llegamos con la única arma de un cañón, pero sin pistolas ni fusiles. La sensación de desprotección fue tremenda.

-¿Y qué hicieron?
-Atinamos a armar un mástil e izar la bandera. Nos abrazamos y lloramos de emoción. Recuerdo que me aparté unos metros del grupo y tomé una piedra puntiaguda y escribí mi apellido “Mista” en una roca. Esa leyenda todavía debe permanecer en Malvinas.

-Estando en Río Grande llega la rendición…
-La rendición fue el 14 de junio. Nosotros quedamos en Río Grande hasta el 17 de junio, cuando nos trasladan a Ezeiza. Cuando llegamos a Buenos Aires solamente estaba vestido con un overol y unas zapatillas… sin dinero ni ropa ni siquiera documentos. De Ezeiza nos llevan en un colectivo para ir a Capital Federal, pero en un momento del trayecto, el conductor detiene la marcha y nos obliga a que nos bajemos. Era plena autopista Richieri y de ahí con otros compañeros seguimos viaje por nuestra cuenta: gran parte a pie y en el tramo final en un colectivo de línea que nos llevó gratis. La sensación de abandono fue casi total. Recién veníamos de la guerra y no entendíamos nada.

-¿Y así llegó hasta Constitución?
-Sí. Insisto: de la Richieri en gran parte a pie y con la sensación de abandono casi total. En Constitución abordé el tren para irme a Bahía Blanca y de ahí a Punta Alta, con la vergüenza de tener que colarme en el ferrocarril.

-Usted era suboficial de la Armada. ¿No quedó bajo las órdenes de esa fuerza militar?
-Lo que pasó es que cuando volvimos estaban los mandos desarticulados. Simultáneamente a esta situación que le describí, mi esposa me andaba buscando en Capital Federal. Sus hermanos habían reunido dinero para que ella viajara desde Punta Alta hasta Buenos Aires y dar con mi paradero. Mientras yo caminaba por la Richieri o me colaba en el tren, ella estaba en el Edificio Libertad preguntando por mi paradero. En la lista de fallecidos no me encontraba, en la lista de desaparecidos tampoco. Y le daban la posibilidad de que estuviera como prisionero de guerra. Ella no sabía que yo estaba en territorio argentino.

-¿Cómo se conectan?
-Llego a Punta Alta y voy hasta la casa de unos amigos y gracias a ellos tomo contacto con un familiar de mi señora y así logramos reencontrarnos. Fue hermoso ese abrazo y volver a ver su rostro y el de mi hijo. Durante quince días la Armada me dio permiso para estar con mi familia.

-¿Y en la Armada hasta cuándo siguió?
-Hasta 1987. Después del regreso pasé por muchos problemas disciplinarios y me sancionaban seguido. En 1985 hago un curso para poder ascender, porque no me daban el ascenso automático por haber estado en Malvinas. Mi idea era ascender para continuar la carrera. Termino con éxito ese curso y tenía la expectativa que me darían otro destino. Pero me destinaron a la propia escuela, esta vez como docente militar. En mayo de 1987 decidí irme de baja y le comenté a mi señora que la estaba pasando muy mal, que lo que ganaba no nos alcanzaba para nada y que encima no veía futuro. Mi señora me preguntó qué íbamos a hacer y le dije: lo que Dios quiera. Al otro día me voy a trabajar y a las 11 de la mañana le comunico a mi superior que me quería ir de la Armada. Le dejé todo lo que tenía, crucé el portón y me refugié en mi casa. No sabíamos qué hacer.
-¿Y cómo siguieron?
-Mi cuñado, que vivía en Gualeguaychú me invitó a venir. El 1° de mayo de 1987 ingresé a Gualeguaychú por segunda vez en mi vida. Al principio la vida civil me costó mucho. Estaba encerrado con mis fantasmas y mis temores y sin trabajo. Tuve varios trabajos en distintas empresas hasta que rendí examen para ingresar en 1992 a la Dirección de Tránsito y dejé esa tarea en 1998. Ahí empezamos con mi señora a organizar de nuevo nuestras vidas y a fortalecer el crecimiento de nuestros tres hijos. Hoy Sebastián es licenciado en Bromatología, está casado con Marta Procura y nos dieron dos nietos: Mateo y Renata. Luego está mi segundo hijo, Cristián Ariel; que es bioingeniero recibido en Oro Verde y es becado en Dinamarca para hacer el Master. Justo el 18 de mayo tiene fecha para rendir la tesis. Y mi hija menor, Erica Vanesa, que cursó en la Universidad de Buenos Aires la carrera de obstetricia. Mis tres hijos son nacidos en la base naval Puerto Belgrano, en Punta Alta. Y mi hija menor, que se casó con un oficial de la Armada ahora vive en Punta Alta donde cursa el profesorado de Biología. Y ella me dio un nieto que es Francisco, que también nació en la base naval.

-¿Y hoy a qué se dedica?
-Cuando mi cuñado me invitó a radicarme a Gualeguaychú conocí el oficio de la carpintería metálica y luego de dejar Tránsito retomé ese oficio que me apasiona.

-A los catorce años viaja a dedo desde Basavilbaso a Gualeguaychú para rendir con la intención de ingresar a la Armada Argentina; viaja luego a Buenos Aires para estudiar en esa institución castrense sin conocer a nadie. Lo destinan a Malvinas y regresa casi abandonado sin documento ni dinero. Y retoma la vida con tres hijos a cargo y hoy es abuelo…

-Contado así parece una aventura, pero en realidad es algo trágico. Fue gracias al amor y al acompañamiento de mi esposa que pude salir adelante. Solo hubiera sido absolutamente imposible. El esfuerzo de ella me sirvió de guía y ejemplo para abrazarme a la vida. Siempre sostengo que fue mi esposa quien me enamoró de la vida, y que es a ella a la que hay que admirar. A ella y a mis hijos y hoy a mis nietos. El amor de mi esposa, de mis hijos y de mis nietos me salva y me rescata todos los días.


Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO


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