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Diario El Argentinoviernes 26 de abril de 2024
Opinión

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La memoria compartida se cuenta con el corazón: “Esperando la cigüeña”

La memoria compartida se cuenta con el corazón: “Esperando la cigüeña”

  


Por Amalia Doello Verme (*)

EL ARGENTINO

 

Febrero del ´64, hora de la siesta del día 18. Los vecinos no dormían, el calor era sofocante, pero además mi mamá, que esperaba a su décimo hijo, dio la noticia de que iba a nacer el bebé. Las vecinas, especialmente doña beba y doña lela, iban y venían en su afán de ayudar.

Déjenme que les cuente aquí que yo tenía 10 años y, 8 y 5 mis hermanos menores, jamás participábamos de las conversaciones de los adultos y si llegaban visitas, con una mirada de mi mamá, entendíamos que debimos salir al patio.

Y así podría enumerar muchas situaciones en las que ser niño era una desventaja y en otras una liberación.

No teníamos, ni nos producía ningún interés saber cómo se hacían los bebés porque ya nos habían dicho que los traían las cigüeñas de un país muy lejano. Con esa explicación nos alcanzaba y nos sobraba para no hacer más preguntas.

Y si no me equivoco en el libro Campanita de segundo grado había una cigüeña volando de rojo y largo pico, con un hermoso bebé sostenido por un pañal. Así en el cuadernito de tareas dibujábamos la cigüeña y escribíamos palabras con GÜI y GÜE. No teníamos Google así que todo salía de nuestra imaginación.

Volviendo a lo que me ataña contar, es que nuestra ilusión era ver bajar a la cigüeña con nuestro hermanito.

Una vecina (María Isabel Izasmendi, “Chiquita”), decidió cuidarnos y entretenernos y por qué no hacernos ver el ave con su preciosa carga.

Caminábamos hasta la puerta del hipódromo y volvíamos mirando el cielo convencidos de que iba a cruzar por la pista. No sé cuántos viajes de ida y vuelta dimos mis hermanos, chiquita, yo y otros gurises de la cuadra que se sumaron a nuestra inquietante espera. A todo nuestro nerviosismo se sumaban los cientos de palomas que poblaban las tribunas y salían por momentos en bandadas, revoloteaban y volvían al refugio y nos confundían. Otra cosa eran los cientos de teros que se alborotaban por la presencia de algunas liebres, etcétera.

Y allí estábamos, cansados, con hambre… Chiquita nos hizo entrar a la cocina de su casa, nos sirvió una taza de leche y aprovechamos para ir al baño.

Salimos nuevamente a la vereda y se nos acercó Doña Beba (la mamá de Chiquita) que estaba con su abanico y dando resoplidos para mitigar la falta de aire en la sofocante tarde. Su emoción era visible, cerró el abanico y nos dio la noticia: ¡ya nació su hermanito es un varón!

Dedicamos unos minutos a celebrar la noticia, pero…  ¿y la cigüeña? ¡Qué desilusión! 

Marito lloraba porque no vio a la cigüeña. Héctor había encontrado un culpable, los otros chicos decían que fue justo cuando entramos a tomar la leche…

Beba y Chiquita nos hicieron sentar en la vereda.

Nuestras hermanas mayores (Olga y Beatriz) salieron a buscarnos y nos llevaron a conocer el bebé. Nuestra madre recostada con el niño en brazos, momento indescriptible…nos acercamos, lo miramos con asombro, con besitos y apenas rozándolo, le dimos la bienvenida y sellamos el pacto de vida que transitaríamos juntos.

Luego salimos de la habitación y seguimos el tema de quién fue la culpa de que no pudiéramos ver llegar a nuestro hermano ¿fueron las palomas, los teros, las liebres…?

Gracias Chiquita por querer preservar la inocencia hasta que creciéramos un poco más.

 

Cuidado que viene

 

La estación de trenes era para el barrio motivo de curiosidad. Al escuchar la sirena que anunciaba la entrada la planta urbana, todos los vecinos que habitaban a los costados de las vías se asomaban para ver que traía en los vagones.

A veces era un tren de pasajeros, a veces de carga: madera, ganado, ¡el circo! Si el circo, pero esto se los contaré en otro momento.

Me ocupo ahora de contarles lo que ocurrió una tarde a puro vértigo.

A medida que se acercaba el tren, el olor anticipaba que traía ganado.

Los animales eran trasladados desde la estación hasta los corrales del Frigorífico Gualeguaychú por arreo a cargo de los troperos que avanzaban por calle Ayacucho siendo esta una tarea bien compleja.

La novillada cansada sedienta era una gran faena recorrer esas largas cuadras.

Entre las razas tradicionales argentinas, se había introducido una raza de características muy diferentes a las nuestras de altura intimidante, con una joroba entre los hombros y un peso de mil cien kilos.

Aconteció una tarde, en que nuestro vecino don Totó Marín regresaba de trabajar en el F.G. y cumpliendo con la rutina de su paso por la estación se encuentra con que estaban bajando una tropa que incluía unos cuantos “cebúes”.

La curiosidad por ver a estas gigantescas vacas es que detuvo un poco la marcha.

Nunca imagino que ese día iba a pedalear como nunca.

Un cebú embravecido se separó del grupo encaro hacia calle constitución Don Marín no tuvo opción; monto su bicicleta y comenzó una feroz persecución.

Los mil kilos del vacuno hacían resonar las pezuñas en la calle empedradas.

La casa de Totó estaba exactamente en Constitución frente a los 300 de la ruta de la cancha del hipódromo, pero en una actitud, no ingreso a su casa para que el animal no lastimara a algún familiar.

Ingeniosamente siguió hacia el tattersal (caballerizas) donde aprovecho la distracción del animal, se metió en un box y cerró la puerta.

Para entonces, llegaron los troperos que dominaron al animal.

Se supo que Totó pasó mucho tiempo adolorido de la garganta de tanto que grito:

¡Cuidado que viene un “cibu”!

Y también sus piernas merecieron cuidados intensivos.

 

 (*) Amalia Doello Verme decidió en esta pandemia traer e la memoria “muchas de las historias vividas, y me pareció que sería bueno compartirlas con los vecinos que fueron protagonistas de estos relatos”, sostiene la autora y agrega: “Mi intención es sacarles una sonrisa y hacerlos viajar en el tiempo para revivir de alguna manera momentos dramáticos y otros humorísticos”.

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