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Colaboraciones

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Los velorios

Los velorios

Pasó mucho tiempo hasta que logramos no digo olvidar, pero sí entender lo que era un velorio en casa.


Hacía varios días que mi abuela paterna doña Purificación Margarita Urristi de Doello permanecía internada en el hospital debido a una enfermedad incurable y finalmente falleció. El caso es que decidieron velarla en mi casa.

 

Amalia Doello Verme (*)

 

Yo tendría unos 10 años y mis hermanos eran más chiquitos. Nunca habíamos estado en un velorio y mucho menos saber lo que era.

Nadie nos explicó nada, observamos que empezaron a llegar las vecinas para ayudar a preparar la sala velatoria.

En la primera habitación que daba hacia la calle Constitución, comenzaron a sacar la mesa, las sillas y dejaron el espacio impecable para armar la Capilla Ardiente.

Empleados de la funeraria llegaron en un auto y comenzaron a bajar elementos que nosotros no conocíamos y ni siquiera imaginábamos para qué servirían esas piezas.

Como éramos muy chicos nos mandaron al patio y nuestra curiosidad se vio frustrada y peor fue a la tarde, cuando escuchamos decir que traían el cuerpo de la abuela (la mamá de mi papá).

Nuestras hermanas mayores nos llevaron a una habitación y nos cambiaron de ropa, nos pusieron las “de salir” y nos dieron mil recomendaciones: que no fuéramos a andar corriendo, que no fuéramos a andar gritando, que no nos ensuciáramos, y que no fuéramos a andar molestando a todas las personas que llegarían.

Fue nuestra oportunidad para hacer todas las preguntas referidas al suceso que ocurría en mi casa y que nosotros poco comprendíamos, porque en esa época no se hablaba de la muerte y todo lo que rodea a un fallecimiento, daba un poco de temor, sobre todo cuando se tienen poquitos años.

Todo el mundo hablaba despacito, algunas vecinas susurraban el Rosario y otras llegaban con ramitos de flores de sus propios jardines y las ponían en una jarra con agua que habían colocado alrededor del ataúd donde también estaban los pedestales en que habían calzado las velas enormes, que cuando eran encendidas desprendían un olor que se esparcía por todos los ambientes. Era importante tener a mano una tijerita para que cuando fuera necesario algún voluntario/a recortara el pabilo de la vela.

De tanto en tanto nos animábamos a echar una miradita por la Capilla Ardiente y así íbamos entendiendo un poco más lo que sucedía en esa habitación

A algunas de mis tías hubo que recostarlas porque el dolor las hacía desvanecerse. Un detalle no menor era tener por lo menos uno o dos frascos de perfumes para reanimarlas.

Mientras que esto pasaba adentro de la casa, en el patio se habían reunido los hombres que estaban preparando el asado para que comieran los que estaban y los que fueran llegando de lejos, que al encontrarse se escuchaban frases como: “te acompaño en sentimiento” o “mi más sentido pésame”, y se abrazaban y se daban de golpes en la espalda en sentido de la amistad.

Algunos fumaban, otros hacían cuentos, otros se reencontraban después de muchos años, y así fue transcurriendo el día.

A nosotros nos acostaron temprano, el farol, colgado en el dintel de dos habitaciones contiguas, lo dejaron prendido toda la noche para que no tuviéramos pesadillas.

Al otro día y en las primeras horas de la tarde se realizó el traslado del cuerpo hasta el cementerio, para ello llegó un coche negro enorme que tenía una cúpula estilo vaticano y terminaba en una cruz, tirado por dos caballos y en el pescante un señor de traje y guantes llevaba las riendas de los animales. Recordarán también que el boulevard era de tierra y por lo tanto si era día de lluvia el recorrido hasta el cementerio se transformaba en una verdadera odisea y le agregaba más dramatismo al momento del recorrido.

Imaginen ustedes cómo fue el momento de la noticia del fallecimiento mucho, pero peor fue la despedida que le hicieron las hijas, era un llanterío estremecedor, las vecinas intentaban contenerlas, pero no podían persuadirlas de que había llegado el momento de la despedida final.

Mi madre, mis hermanas y mis hermanos mayores tuvieron a su cargo las tareas de hacer café o té, vaciar y lavar los mates, volverlos a preparar por si alguien quería tomar alguno luego de pasado el momento y con la ayuda de las vecinas -que siempre estaban- se pusieron a limpiar nuevamente la habitación donde había sido la Capilla Ardiente.

Entraron la mesa, ubicaron las sillas, abrieron puertas y así fue quedando todo en la normalidad.

Pasó mucho tiempo hasta que logramos no digo olvidar, pero sí entender lo que era un velorio en casa. Esto sucedía, lo de velar en los domicilios, porque no existían las salas velatorias que existen hoy, incluso las velas son con un mechero eléctrico y actualmente es sabido que a las 22 se cierra la sala hasta el otro día a las 6, según dicen es para permitir que los familiares se vayan a descansar, aunque el fallecido pase la noche solito. Ahí no hay camas, las visitas son cortas y el cortejo se hace en autos donde van los familiares y conocidos del fallecido (esto actualmente se ha modificado en función de la situación de pandemia que estamos atravesando).

Luego del velorio la familia guardaba luto durante los próximos cuatro meses aproximadamente. Esto significaba que las mujeres usaran ropa negra y los hombres un brazalete negro en el brazo sobre la vestimenta.

Muchos fueron los aprendizajes de ese día tan triste, pero mi dolor es que fue precisamente con mi abuela Margarita.

Hace pocos años fuimos a visitar el museo de la estación en Urdinarrain, y mi sorpresa fue mayor porque allí estaba expuesto el coche fúnebre como el que se llevó a mi abuela. ¡Mil besos al cielo para ella!

 

(*) Amalia Doello Verme decidió en esta pandemia traer e la memoria “muchas de las historias vividas, y me pareció que sería bueno compartirlas con los vecinos que fueron protagonistas de estos relatos”, sostiene la autora y agrega: “Mi intención es sacarles una sonrisa y hacerlos viajar en el tiempo para revivir de alguna manera momentos dramáticos y otros humorísticos”.

 

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