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Diario El Argentinosábado 27 de abril de 2024
Sabores

El mesón de Jeremías

De islas, camalotes y ríos

De islas, camalotes y ríos

Por Nahuel Maciel  - El mesón de Jeremías es un lugar mágico, si por mágico se entiende que la realidad supera a la fantasía. Está ubicado en un punto preciso de la Costanera, pero para descubrirlo hay que hacerse amigo del espacio y del tiempo, que son los que ofrecen –como un umbral- la puerta de ingreso.


Al mesón llegan personas de los más variados orígenes, con sus historias, recuerdos y memorias; pero también con sus sueños, anhelos y esperanzas.
Amores furtivos y también eternos; soledades y sentido de pertenencia, añoranzas, penas pero también alegrías. Sus comensales más que clientes son huéspedes, justamente porque Jeremías tiene el don del buen anfitrión.
En el mesón no hay distinciones. A sus mesas se sientan hombres y mujeres acostumbrados a cocinas de cinco tenedores como hombres rudos crecidos a la intemperie. Artistas, pensadores, políticos, maestros, los oficios que cualquiera se pueda imaginar, analfabetos, sabios… todos llegan en búsqueda de lo mismo: poder equilibrar sabores con sentimientos; porque ambos son necesarios para alimentar el alma y la vida misma.
La historia de hoy refleja un aspecto de la vida de don Ramón Lucero. Su apellido ya anuncia su luz.
Lucero es pescador de las islas que son bañadas por el Río de los Pájaros. Nacido a principio del siglo XX, supo en sus años mozos recorrer el territorio más allá del delta del Paraná.
Vino al mundo en extrañas circunstancias. Su madre era una mujer sola con cinco hijos. Y en épocas bravas, recibía la asistencia de una tal Maruca Rivero.
Maruca Rivero, según cuentan los antiguos pobladores, era una matrona que recorría las islas haciendo de partera y dando consejos en la crianza de los hijos. Pero su verdadero oficio era el de ser pirata.
El siglo XX despuntaba sus primeros años y ella ya tenía una buena fama ganada al mando de doce o quince hombres que se dedicaban a saquear los navíos. Con ese botín se ganaba también el secreto de su paradero, porque era distribuido entre las familias isleñas a cambio de protección.
Para don Ramón Lucero, Maruca Rivero era una especie de Robin Hood, una justiciera, aunque en los pueblos los bandos policiales la sindicaban como una pirata.
-Maruca Rivero vive –decía siempre con seguridad don Lucero aunque él mismo sabía que uno de los últimos datos la ubicaban detenida en la entonces alcaldía de Gualeguaychú en los primeros años del 1900.
-Ella vive, sólo está escondida en el tiempo y por eso aparece cuando el tiempo no aguanta más las injusticias –explicaba Lucero.
Fue esta pirata quien lo trajo al mundo asistiendo como matrona a su madre y desde entonces siempre fue para don Ramón una especia de ángel protector.
Don Lucero llegaba al mesón de Jeremías todos los viernes.
Pedía siempre lo mismo: las proverbiales bogas rellenas.
Jeremías usaba como ingredientes una boga generosa, media taza de aceite, una cebolla grande cortada en aros, dos tomates picados, un poco de miga de pan remojada en leche, orégano, una hojita de albahaca picada, un huevo, sal y papas hervidas para guarnición rociadas con perejil.
Para prepararlo, lo primero que hacía era despinar la boga y le sacaba un poco de carne de la parte de la cola y la ponía a hervir en agua y sal. Mientras tanto, freía en el aceite la cebolla, los tomates, el ajo y el perejil. Luego añadía la carne deshecha del pescado que había hervido, retiraba todo del fuego y añadía la miga de pan, el orégano, la albahaca y el huevo. Rellena la boga y la envuelve en un papel manteca y la mete en el horno durante media hora y luego la sirve con papas hervidas rociadas con perejil cortado bien fino y unos hilos de aceite de oliva.
Don Ramón Lucero le encantaba este plato. Y cada vez que lo comía, recordaba los días de la Maruca Rivero, esa mujer portentosa que lideró una de las bandas de piratas más buscadas desde el delta del Paraná hasta Concepción del Uruguay por el Río de los Pájaros.
Era una leyenda por las islas del Paraná Guazú y del Paraná Bravo, especialmente en aquellos primeros años del siglo XX, cuando la ley era la del más bravo o se escribía con el filo de un machete o un facón.
Maruca Rivero supo tener un marido, al que sólo se lo conocía por el apodo: “El Correntino Malo” y ese apodo ya anunciaba su ferocidad. Solamente la Maruca Rivero era capaz de controlarlo y de contenerlo.
Dicen que luego de haber estado detenida en la Alcaldía de Gualeguaychú fue trasladada hacia Buenos Aires, y en inmediaciones de la isla Martín García, en un lugar conocido como Bajos del Temor, cerca del Canal del Infierno, la estaquearon junto a su marido y sus hombres para que al subir el río murieran ahogados.
Don Ramón Lucero cuenta que la dieron por muerta. Pero cuando el río desciende, suele aparecer con más furia y se venga de aquellos que cometen injusticia con los isleños.
-¡Por eso la Maruca Rivero y su marido El Correntino Malo siguen viviendo!, dice don Lucero con la certeza de saber de lo que está hablando.
La vez pasada unos pescadores comentaron que la vieron. Era una mujer de cuerpo grande y se apareció con sus largos cabellos mojados que le caían como un follaje de lianas, por los hombros. Detrás de ellas, vieron a los hombres de su tripulación blandiendo machetes y facones.
Dicen que ahora la ley no la puede atrapar, porque nadie puede alcanzar a un muerto y esa es su mejor protección.



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