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Diario El Argentinolunes 20 de mayo de 2024
Entrevistas

“Tenemos que liberar del olvido a los artistas para recuperar la cultura y nuestra identidad”

“Tenemos que liberar del olvido a los artistas para recuperar la cultura y nuestra identidad”

Héctor Luis Castillo nació el 23 de mayo de 1959 en San Miguel de Tucumán. Es el segundo de los tres hijos que tuvieron Héctor Cilenio y Flora.


Por Nahuel Maciel
Fotografías Ricardo Santellán
EL ARGENTINO ©

Con cuatro hijos: Alejandro, Juan Pablo, Agustina y Julieta, Castillo es un reconocido escritor de la ciudad y además ejerce la profesión de médico.
El 10 de diciembre pasado presentó su última novela “4 putas peregrinas” (Proa Amerian Editores). Su primer poemario vio la luz en 1988 bajo el título “El asilo del Minotauro” y su producción se puede leer en diversos trabajos tanto en poesía como en cuentos.
Una vez radicado en Gualeguaychú, se relacionó rápidamente con el mundo creativo y al respecto le confesará a EL ARGENTINO que: “Jamás me sentí ni me hicieron sentir un forastero sino todo lo contrario… eso me genera una eterna gratitud y un sentido de pertenencia innegociable”.
Castillo dialogó con EL ARGENTINO en diciembre del año pasado, poco antes de las tradicionales fiestas y reflejó –como un elogio y un reconocimiento- la innegociable búsqueda de libertad, el intenso movimiento cultural que existe en la ciudad y que la distingue más allá de las fronteras e incluso de los obstáculos del mercado.
Sus primeros años en Buenos Aires y en las letras pero también sus primeros años y el descubrimiento de la militancia, esa necesidad de verdad, justicia y libertad; también sus inicios en la Ciudad de los Poetas y una mirada final que es al mismo tiempo una advertencia y una propuesta vinculada con el río. Todo eso fue parte del diálogo que ofreció este tucumano con fértiles raíces en Gualeguaychú. Él lo sintetizó mejor cuando pensó en voz alta, casi a manera de propuesta: “Tenemos que liberar del olvido a los artistas para recuperar la cultura y nuestra identidad”.

-De Tucumán a Buenos Aires y de allí a Entre Ríos. ¿Cómo fue ese tránsito?
-Hice hasta tercer año de la secundaria en Tucumán y más o menos en 1974 me fui a estudiar a Buenos Aires y finalmente me recibo de médico en 1982. Los dos colegios de la secundaria (“El Roca” y “El Belgrano”) fueron dos de los primeros colegios tomados por los estudiantes. Había mucha turbulencia política.

-¿Participaba de esos movimientos políticos?
-Participaba escribiendo. Inclusive en quinto año en el Colegio Manuel Belgrano teníamos un boletín que se llamaba “El Tizazo” y era, obviamente, una publicación clandestina. Y si bien éramos jóvenes, muchachos adolescentes, comprendíamos lo que nos podía llegar a costar escribir, y encima en la clandestinidad. Por ejemplo, de mi promoción de la secundaria tengo ocho compañeros desaparecidos por la dictadura militar. Lo que quiero decir es que termino la secundaria en un clima muy intenso desde lo político, un clima de movilización. Había, claro está, compañeros que estaban mucho más comprometidos. En comparación yo era muy pichón e incluso hasta más ingenuo. De todos modos, nos dábamos cuenta que había cosas que no funcionaban y había que cambiarlas. Afortunadamente los jóvenes de hoy no han tenido que pasar por una dictadura militar y pueden crecer en un clima de libertad sin temores. Eso hay que valorarlo como la vida misma.

-Se puede decir que termina la secundaria en un proceso pleno de descubrimiento…

-Totalmente y en todo sentido. Y con respecto a la escritura ya lo venía haciendo desde hacía un buen tiempo. Me surge el recuerdo de mi madre, que viajando en colectivo en Buenos Aires se encuentra por azar o esas cosas del destino, con un hombre que iba sentado a su lado. Ella iba leyendo unas poesías mías y este hombre las leía de reojo por encima del hombro de mi madre. Y le pregunta quién había escrito esas poesías. Mi madre le dice que eran mías, que era su hijo y que tenía 13-14 años de edad. El hombre le pide leerlas y luego le pide a mi madre que yo lo vaya a ver a su trabajo.

-¿Quién era ese hombre del colectivo?
-Era el director de la Biblioteca Nacional de Maestros. Bueno, el asunto que lo voy a ver a su despacho, que estaba en el Palacio Pizzurno. Recuerdo que era un despacho muy amplio, enorme. Me sentí aún más pequeño frente a ese ambiente de palacio. Me senté frente a él y le extendí mi carpeta con los escritos. Me pidió que las leyera y comencé a leer mis poesías. Luego me presenta a otra persona que trabajaba con él, y además trabajaba en la parte literaria del diario La Nación. Me pidió que le llevara también los escritos, pero nunca me animé.

-Las cosas que no se hicieron también merecerían algún día ser contadas, aunque quedará para otra oportunidad. ¿Qué más recuerda de ese día, en medio de ese salón gigantesco, siendo un adolescente leyendo poesías a hombres adultos?
-Sentía que todo era demasiado bueno como para ser cierto. Tengo presente otro recuerdo fuerte. Cuando estaba leyendo en ese lugar, ingresa Fermín Gutiérrez, que me quedé asombrado porque era el mismo hombre que yo estaba estudiando y leyendo. Me pareció increíble que ese autor tan entrañable, que lo estaba leyendo, se apareciera de pronto de la nada y fuera de carne y hueso.

-Siempre fue la poesía…
-No. Incursioné en la historieta, género literario al que le tengo un profundo agradecimiento. Con un compañero de la secundaria, que era un dibujante excelente, comenzamos a crear algunas historietas. Así, por esas cosas de la vida, nos contactamos con Gustavo Trigo y también por esas cosas de la vida, terminamos los tres viviendo en el mismo edificio. Trigo se va a vivir a Italia, mi compañero de secundaria también se va a Europa y terminó como jefe de Arte del diario español ABC. Y es actualmente considerado como uno de los padres de la infografía.

-¿Se refiere a Fernando González Rubio?
-Exactamente. Fernando ingresa a trabajar al diario ABC cuando secuestran a Oberdan Sallustro, presidente de la Fiat. Les había llevado el secuestro narrado en historieta y a los del diario le gustó tanto que le ofrecieron trabajo casi de inmediato. Lamentablemente falleció en el 2009, pero por suerte le están haciendo homenajes y tributos en casi toda Europa, porque es considerado uno de los padres de la infografía. Es más, dos o tres meses antes de morirse, me dejó un mensaje en mi Facebook donde me comenta que tenía ganas de digitalizar las historietas que habíamos creado de jóvenes y publicarlas en alguna parte. Pero por un tumor en el cerebro se murió en un par de meses y antes de cumplir ese deseo. En fin, con la historieta tuve y tengo una gran relación y siento que ella tiene una gran influencia en mí.

-¿Cómo llega a Gualeguaychú?
-Mi hermano trabajaba en un tambo en Vivoratá, que queda en el partido de Mar Chiquita, cerca de Mar del Plata. El dueño de ese tambo había comprado un campo en El Potrero y lo traen para organizar todo el tema de las instalaciones. Así mi hermano se radica en Gualeguaychú. Lo vine a visitar para un Fin de Año y justo en ese momento estaba el Carnaval y me enamoré tanto de esa fiesta como de la ciudad. En esos años yo trabajaba como médico en el Hospital Ferroviario, pero en esa visita -que fue en 1983- decidí radicarme en Gualeguaychú.

-1983 también fue un año de muchos cambios…
-Fue un año histórico por la recuperación de la Democracia y en lo personal porque cambiaba de rumbo y me radicaba en Gualeguaychú. Aquí en la ciudad comienzo a militar en el radicalismo. Además fueron años de mucha energía joven, vital. Hay que recordar los centros de estudiantes, la movida de Franja Morada en las universidades. Lo que era el Partido Intransigente con Oscar “El Bisonte” Allende, hablando a los jóvenes, contagiando vida y valores. La movida cultural era muy intensa y productiva. Luego vinieron los años ´90 que destruyó no sólo la economía sino también a la cultura y fue muy nefasto para la educación y para todos. Por suerte en la actualidad comienza a recuperarse aquel espíritu creador y movilizador e incluso hay más necesidades de lo colectivo y armónico. Lo veo en uno de mis hijos, que está terminando la carrera de Sociología y está fascinado por la política.

-Si se habla de escritura es evidente que se debe abordar la lectura…
-Siempre en mi casa hubo libros y al alcance de la mano. Había muchas enciclopedias y por supuesto la literatura clásica que era de cabecera, además de una influencia personal que tuve con el mundo de la historieta. La lectura siempre está presente y uno podría repasar casi una biblioteca completa sobre este tema.

-¿Recuerda los primeros inicios en la Ciudad de los Poetas?
-Como médico me inicié en el Sanatorio Gualeguaychú. Pero desde que llegué me relacioné con los artistas locales. Lo conocí a Néstor Díaz y Pablo Urriste que tenían el dúo Imagen. Eran muy jóvenes y ya se expresaban con un talento enorme. Tengo la convicción de que tenemos que liberar del olvido a los artistas para recuperar la cultura y nuestra identidad. En un libro que estoy trabajando hago hincapié en esa tesis. El libro se llamará “Tributo”. Tengo muchas horas de grabación con el Nene Bredley, David Fernández, el “Flaco” Faiat y Eduardo Goncebat. Durante muchas horas hice lo que estamos haciendo ahora: poner un grabador y que afloren los recuerdos. Con “Tributo” nos pasó algo de lo que hemos hablado recién. Notamos que ellos hablaron con mucha pasión de las décadas del ´60 y del ´70, pero cuando debieron reflejar los años ´80 y ´90 se produjo un silencio terrible. Y ese silencio expresa cómo impactó negativamente en la cultura popular la dictadura militar. Y además el silencio tuvo su lógica porque la música que a ellos les gustaba estaba prohibida, no había espacios y encima podías perder la vida tan sólo por cantar una canción.

-Cuando se repasa que debía esconderse en un galpón ubicado en un lugar recóndito para escuchar una canción, es inevitable pensar en lo terrible que fue para la cultura esos años negros.
-Tal cual. Por eso insisto que afortunadamente hoy los jóvenes viven, crecen y se desarrollan en un clima de libertad y eso hay que valorarlo casi como un Don. Es un logro. De todos modos, cuando me radico en Gualeguaychú rápidamente me integro a los movimientos artísticos. Algo curioso si se quiere, jamás me sentí ni me hicieron sentir un forastero sino todo lo contrario… eso me genera una eterna gratitud y un sentido de pertenencia innegociable. Es más, hoy por hoy –y sin traicionar mis raíces- me siento más entrerriano que tucumano, tal vez porque es muy fuerte el hecho de que mis hijos nacieron aquí. Me gusta pensar las raíces también por las de mis hijos y no solamente por las de mis mayores.

-Cuente un poco el proceso de integración que hace con el movimiento cultural de la ciudad de aquellos años…
-Me incorporo al grupo Gente de Letras, que fue muy decisivo. Me había llamado la atención que una ciudad relativamente pequeña tuviera tanta producción artística y de muy buena calidad. Pocas ciudades tienen tantos poetas y escritores, tantos artistas plásticos y músicos, tanta gente que hace teatro y encima todos con muy buenas creaciones y un talento enorme que parece inagotable. El movimiento cultural de la ciudad es casi como una escuela de arte. Además, cada grupo de artista vive lo que hacen y eso es muy gratificante. Y con Gente de Letras hicimos muchos ciclos, diálogos, charlas, talleres y nos dimos el lujo de invitar a escritores de peso nacional para compartir unas empanadas y un vino en la Casa de Olegario Víctor Andrade.

-Además estos grupos no sólo ayudan a pulir la escritura, a corregir vicios, sino fundamentalmente ayudan a escuchar, a apreciar…
-Tal cual. Escribiendo y compartiendo esas producciones nunca dejamos de ser lectores. Y estos grupos son muy generosos en ese sentido. Participar en estos grupos, como en Gente de Letras, es participar disfrutando lo que hace el otro y no solamente limitarse a los aportes personales. Por eso se pudo crear la revista Gente de Letras y que ha marcado un hito en el movimiento cultural en la ciudad. Y así se va expandiendo, porque alguien dejó esa revista en la Biblioteca Nacional de Israel, cuando viajé a Cuba la dejé en esa isla y son como siembras que terminan siempre en buenas cosechas.

-¿Cómo convive el escritor con su profesión de médico?
-Si bien son cuestiones diferentes, se alimentan mutuamente. De alguna manera con el ejercicio de la medicina llego al cuerpo y con la literatura llego al alma o intento ese tránsito. Siempre cito a un grande de la Medicina que se llama (Rudolf) Virchow, que es considerado el padre de la Patología, que sostenía que la medicina no era una Ciencia Biológica sino Social y adhiero plenamente a ese concepto. Nunca debemos olvidarnos que el paciente es una persona que es un sujeto social que vive en un entorno cultural, económico, histórico, político que también lo define y uno no puede olvidarse de ese contexto. Somos hijos de la cultura.

-En su escritura hay temas recurrentes como la pobreza, la marginalidad…
-Es cierto, la mayoría de mis personajes tienen rasgos marginales. Me anticipo a un prejuicio generalizado en la sociedad y aclaro que no debe confundirse marginalidad con delincuencia, que son dos conceptos diferentes. Los personajes muchas veces los alimento o los creo a partir de ciertos rasgos que descubro de personas que he conocido en la realidad. Siempre la vida es inspiradora. Es más, lo más insignificante muchas veces se convierte en algo trascendental y cambia el mundo. Básicamente trato de escribir, como decía Mempo Giardinelli, para que no me explote adentro lo que tengo. Y siento que tengo la necesidad y la obligación de escribirlo, pero fundamentalmente de compartirlo. Sino se comparte queda circunscripto a un acto onanista y eso no es arte. Compartir es un momento clave de toda expresión artística. La escritura es un acto en soledad, pero se hace colectivo con la lectura. Y el arte es eso: compartir las percepciones.

-Hoy la tecnología facilita mucho el acto de compartir una producción artística, tal vez como nunca antes en la historia de la humanidad. Sin embargo, el mercado es hoy por hoy más cruel que nunca y muchas veces limita esas posibilidades acceso.
-La mercantilización de la vida es el peor de los pecados artísticos. Se sabe que las editoriales quieren vender lo que les deja ganancias y nos hacen creer que sólo esos libros son los que se deben leer. Es un gran error. Por eso hay que valorar los espacios culturales que generan los grupos artísticos, justamente porque se esfuerzan para que el arte llegue a todo el mundo y que su acceso sea democrático.

.¿Qué más descubrió en Gualeguaychú?
-El río. La identificación fue increíble pero también instantánea. No tengo imágenes de mi infancia frente al río pescando mojarritas; pero la tengo de grande gracias a esta ciudad y la obtuve gracias a mis hijos. Soy médico y por formación tengo esperanzas. Convivo en la terapia intensiva y sé y conozco el valor de la esperanza. Lo digo porque hoy el río está clamando por esperanzas.



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